Eran los idus de diciembre y la ciudad estaba engalanada con la decoración navideña. Luces de vivos colores decoraban ya las calles y los escaparates mostraban su oferta de regalos para la Fiesta de Yule a los buenos habitantes de Chungoburgo, que un año más se afanaban en la búsqueda del regalo perfecto para la gente que la providencia había interpuesto en su camino de forma inevitable. Algunos los llamaban "familia".
El Viejo Cuentacuentos estaba sentado en el parque ocupado en darle migas de pan generosamente aliñado con raticida a las palomas bajo la atenta mirada del pequeño Timmy. Una vez terminado el mortífero alimento el Viejo Cuentacuentos se levantó con esfuerzo y se dirigió al pequeño Timmy.
-Pequeño Timmy, muchacho ¿Te apetece dar un paseo con este anciano para ver la decoración navideña y los bonitos escaparates?
-Pero, Viejo Cuentacuentos -la voz del pequeño Timmy mostraba el tono resuelto y curioso de una mente avispada como la suya- ¿No cree que faltando aun diez días para la Fiesta de Yule toda esta decoración no responde si no a una mercantilización de la Navidad?
-Oh, pequeño Timmy -dijo el Viejo Cuentacuentos tras dejar escapar una sonora carcajada-, no te imaginas las colosales proporciones de la hostia que te estás ganando...
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