Era la mañana de Navidad y la felicidad inundaba las calles de Chungoburgo mientras niños de todas las edades corrían de un lugar a otro disfrutando de los juguetes que Papá Noel había dejado bajo sus árboles. Las sonrisas se dibujaban en sus caras mientras pedaleaban, patinaban, disparaban dardos de gomaespuma, ensayaban para ser madres adolescentes y competían en carreras virtuales en sus ingeniosos artilugios electrónicos.
Sin embargo, no todos los niños eran igual de felices, pues desde una ventana el pequeño Timmy los observaba con los ojos inundados de lágrimas. El pequeño Timmy no había recibido regalos esa mañana.
La tristeza del muchacho llamó la atención de el Barón de Brûleur, que vaciaba la segunda botella de coñac de esa mañana al otro lado del salón.
-Timmy, muchacho, deja de comportarte como un sociópata y ven aquí, dime qué es lo que atribula tu joven corazón.
El pequeño Timmy se limpió los mocos con la manga de su pijama y se acercó al Barón, que de nuevo se había desplomado en su sillón.
-Todos los demás niños están jugando con sus regalos de Navidad -dijo entre sollozos-, pero yo no he recibido ninguno ¿Es porque he sido malo?
-Pero qué inocente y estúpido eres, pequeño Timmy -dijo el Barón tras soltar una sonora carcajada-. No debes preocuparte por no haber recibido regalos en la mañana de Navidad, no ha sido porque hayas sido malo, la cabeza no te da para tanto. No has recibido ningún regalo porque no somos una sucia panda de cerdos luteranos, nosotros recibimos nuestros regalos en la mañana de la Epifanía del Señor, como hace la gente de bien que no arderá en el infierno cuando muera. Y ahora deja de llorar y sal a la calle, busca un niño más pequeño que tú y róbale los juguetes a ese inmundo bastardo protestante ¿Harás eso por el viejo Barón, pequeño Timmy?
-¡Claro que sí!- exclamó el niño.
Minutos más tarde el Barón vio con orgullo como Timmy, uno de los seres vivos más patéticos que había tenido la desgracia de conocer, había por fin desarrollado el cuajo suficiente para ponerse sus botas, coger el atizador de la chimenea y salir a descubrir el verdadero Espíritu de la Navidad.
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