Mi historia académica es un relato largo y trepidante de subidas, bajadas, giros inesperados, brillantes cimas, cumbres borrascosas, valles angostos, pantanos oscuros, laberintos confusos y caídas en picado. Pero lo mejor que se puede decir de ella es que ha terminado.
A menos que la Universidad Pontificia de Salamanca se empeñe de nuevo en ahogarme en papeleo o el pobre franciscano que debe de estar miniando mis títulos muera de un ataque de puro asco, claro.
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