Las ciencias aplicadas no existen, sólo las aplicaciones de la ciencia.
Louis Pasteur
Como sabrán, mi actual -y espero que efímero- estado nómada me ha mantenido apartado del circuit bending. Alejado de mis herramientas, separado de mis cacharrillos y cables por cientos de kilómetros de estepa castellana no me queda más que suspirar y esperar a la oportunidad de echarles el guante estas vacaciones de Navidad e investigar sobre posibles víctimas para proyectos más avanzados.
Tengo que admitir que tampoco es que buscase con demasiado ahínco, después de todo tengo la programación en Android para, según el día, flagelarme o entretenerme -ya les hablaré de ello-. Pero fíjense en lo curiosas que son las cosas, recientemente cayó en mi lector de RSS algo que, evidentemente, llamó mi atención como un tren de mercancías cargado de furcias:
La existencia de la Raspberry Pi no era una noticia nueva, claro. Ya había leído algunas noticias sobre proyectos realmente locos -como el de un tipo que quiere mandar a su Raspberry a una tumba acuática sólo porque se puede, con un par-, pero por supuesto nada había despertado mi interés como la posibilidad de construir mi propia máquina recreativa.
Durante los últimos días he sopesado la posibilidad de hacer algo con esta maravilla aunque por supuesto tendrán que esperar, porque en mi actual estado de finanzas gastarme 35 libras en algo que muy probablemente vaya a destrozar más allá de toda esperanza de reparación se sitúa entre lo absurdo y lo imbécil.
Pero por las barbas de Reed Ghazala que tarde o temprano una Raspberry probará el abrasador toque de mi estañador.
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