Siempre me he sentido como un anacronismo ambulante, toda mi vida he tenido que arrastrarme por este mundo con la sensación de que he nacido unas décadas antes o después -no estoy muy seguro- del momento en que me tocaba y, definitivamente, en el lugar equivocado.
A esta sensación, ya de por sí desagradable, se le han ido sumando las peculiaridades de mi personalidad y mi particular y poco esperanzador weltanschauung; todo esto podría haberme convertido en un tipo depresivo y taciturno, pero para rizar el rizo y en una vuelta de tuerca imprevista y absurda, he resultado ser una persona bastante animosa y, cuando me pongo, incluso simpática.
Todo ese gulash existencial que acabo de describir se cristaliza catastróficamente en mi enfoque de las relaciones afectivas, en los asuntos del corazón llevo la dicotomía del animal racional a unos extremos demenciales.
Mientras mi mente se niega a que su receptáculo se reproduzca o pierda el tiempo jugueteando con los pezones de una hembra mi biología, paradójicamente mucho más consciente de su temporalidad que mi cerebro, busca el ayuntamiento carnal, produciéndose un duelo de titanes que, por otro lado, me hace protagonizar algunas anécdotas ciertamente memorables.
Así las cosas, hace un par de años decidí embarcarme en una especie de búsqueda-reinvención de mi mismo, al final de la cual esperaba haberme convertido en una persona mejor, en armonía relativa con lo que me rodea, menos dispuesto a ver el mundo arder por diversión -ay, Alfred, cuanto has mejorado en las nuevas películas- y, a ser posible, con una pareja que no estuviese completamente loca.
¿Que cuál ha sido el resultado de este proceso?
Bueno, si depués de leer todo lo anterior todavía tengo que responder a esta pregunta me expreso peor de lo que creo.
Después de entrar en contacto con gente normal y sus familias completamente funcionales me he dado cuenta de que, por mucho que me repatee, estoy condenado a ser como Ethan Edwards, mientras todo el mundo celebra que el sol sigue saliendo por el Este me arrastraré hacia el desierto dejando atrás las risas y la música, esas cosas ya no son para mí.
Pero no se preocupen, como ya les he dicho soy una persona extrañamente animosa y, además, me encanta la soledad.